martes, 30 de noviembre de 2010

Calor De Hogar.


Había prometido a mamá no beber al irme de la capital para acá, pero la invitación que me habían hecho mis nuevos amigos era más tentadora que lanzarle una piedra al presidente en alguno de sus discursos, es decir, alcohol, escotes exageradamente exagerados y charlas que van desde lo absurdo e irrelevante hasta los asuntos más actuales en torno a temas en los que finjo tener al menos una pizca de conocimiento, como política, deportes y música. En fin, como era de esperarse terminé vomitándole los pies a una mujer a la que apenas y pude decirle “Hola” y como la pena pudo más que los “no seas joto” y “quédate otro ratón” de mis amigos, decidí salir del lugar ipso facto sin importar que no tuviera como transportarme a mi casa, total era sábado por la noche.

Al avanzar más por la concurrida calle “destellos” que curiosamente esa era la única forma en que las memorias e ideas me llegaban en esos momentos debido a la borrachera, extrañamente logré divisar abierta una de las tiendas que suelo visitar a escondidas en mis ratos de ocio, la tienda de artículos para cocina de Doña Almendra. Me sorprendía que estuviera abierta a tan altas horas de la noche, era como un oasis para mi ebria persona, por que he de confesarlo, soy un gran fanático de la cocina en todos los aspectos, aunque ciertamente nunca me ha salido bien ni un sándwich.
Sin pensarlo dos veces me fui tambaleante a curiosear en los aparadores, y sin darme cuenta, me aproximaba hacia lo más increíble en mi vida desde aquel 10 en algebra hace 5 años. O eran las luces que estaban dentro del aparador o parecía emanar un brillo propio, se trataba de un cucharón de cobre de un estilo muy rustico, de esos que ahora se cuelgan en las cocinas por pura mamonería y ni se usan. De un momento a otro me vino a la mente una fuerte regresión: ahí estaba yo de pequeño sentado frente a la mesa, la cual y apenas podía ver al ras por mi baja estatura, y a unos metros, mi madre, preparando un delicioso pozole rojo, de los que tanto me gustan, y metiéndolo cual cascada con el cucharon de cobre en un plato que después sería transportado a mi mesa por sus bellas y suaves manos acariciacabezas y hacedoras de piojito. El cucharón era perfecto para hacer un pozolito y curarme la cruda, el hambre, y de paso la tristeza de estar lejos de mamá, en pocas palabras, un sueño hecho realidad. Cuando volví de mi trance, me escabullí como culebra a la tienda dispuesto a tomarlo prestado, pero justo cuando estiraba mis manos con olor a vomito, escuche un sonido estruendoso como de trueno proveniente de la nariz de Doña Almendra, que traía puesto lo que seguramente son sus ropas para dormir, bastante transparentes, no dejan nada a la imaginación, pero ni quien quiera imaginar a semejante vejestorio en pelotas. Sólo le oí balbucear un casi inaudible “¿otra ves tú? “ y me di la vuelta para preguntarle sobre el bello cucharón, la verdad es que ni me acuerdo del precio por lo borracho que andaba, pero lo que sí recuerdo es que enseguida y muy furioso le grite un “No mame, ¿Pos vuela o qué chingados hace? ¿O no me diga lo hizo Dios con una costilla del papa?” Naturalmente me mandó directito a la chingada, y luego me dijo que me saliera por que tenía asuntos pendientes en la cama, supongo que hablaba de regresar a la siesta.

He de admitir que al salir de la tienda me arrepentí profundamente de no llevarme el cucharón de cobre, sabía que me sería útil mañana, y mucho.

A la mañana siguiente, mi cuerpo y mente se encontraba envuelto en una terrible cruda, además de que me tocaba preparar el desayuno en la casa donde me rentan el cuarto, para matar dos pájaros de un tiro, decidí prepara un pozolito bien picoso, para la cruda, y para alimentar a la familia que me tiene de huésped. Pero no me fue imposible hacer más que la prendida de la estufa pues no encontré ni un cucharón de cobre en la cocina, cosa que aunque suene a un exagerado, delicadito y mamón mocoso, me pareció un gran insulto, es decir ¿Cómo pretenden que prepare un desayuno con amor y cariño hogareño sin un elemento tan importante?
Estaba por mandar todo a la chingada cuando recordé la mentada de madre que Doña Almendra me había escupido la noche anterior y con ella el gran y bello cucharón. Aún era temprano así que con todo y cruda decidí salir a buscar el cucharón a la calle destellos, cuya colonia no recuerdo del todo, frecuento la tienda cuando la señora de la casa tiene ganas de ir, pero la verdad aún soy medio torpe con eso de las direcciones, después de tratar de recordar donde estaba la tienda, salí de casa creyendo que iba al lugar indicado, pero al poco rato me di cuenta de lo desubicado que andaba, pues tras 42 cuadras no veía nada, y lo que era peor, ya me había perdido en una colonia de no muy buen ver. Cada vez caminaba con mas cautela, pues llegó un momento en el que creía estar cerca, pero esa creencia se esfumó al verme en medio de una calle empedrada en la que a lo lejos sólo se podía ver un extenso campo, los limites de la ciudad, y muchas casa con fachadas sin terminar y cayéndose de feas y viejas. Cuando volteé mis pies hacia la dirección opuesta para regresarme casi me cagó del susto, pues frente de mí estaba una aparición terrible, se trataba de una fachosa vieja con el cabello enmarañado y un mandil que ya no era color de rosa sino café de tanta porquería que no le había limpiado. Nos quedamos viendo como por mil horas, yo estupefacto y ella con un semblante de serenidad abrumadora. Antes de que pudiera gritarle “Hágase a la verga pinche ruca loca” me puso uno de sus arrugados y feos dedos en el labio, y exclamó rápidamente “Tienes que ir derecho toda la avenida, después das la vuelta a la derecha en la esquina donde está la mercería de Carmen, de ahí te vas todo derecho hasta que llegues a un semáforo que no sirve, donde antes estaban las vías del tren, después de cruzar las vías, ya estarás en la colonia luces, la primer calle se llama fosfenos, terminando esta encontraras la calle destellos, el resto depende de ti, no lo repetiré” Mi cara de miedo era evidente, pero las instrucciones eran tan claras. Apenas y volteé la mirada hacia la banqueta, donde había un perro flaco dormido al parecer con algunas moscas volando sobre él como buitres que ni me percaté de que la vieja ya no estaba más frente a mí. Ahora sí, surrado del susto corrí derechito toda la avenida hasta topar la mercería, seguí todas las instrucciones y luego de un rato, ya estaba en frente de la tienda de artículos de cocina de Doña Almendra, decidido entré al lugar y mientras Doña Almendra hojeaba un “TVnotas” buscaba en mis bolsillos el dinero. Ella me miró por encima de la revista, y dijo con una voz cortante “¿Otra vez tú? Le respondí que no venía a hacer migas sino por lo que me pertenecía, me miró con cara de querer llamar a la policía y para explicarme mejor le dije que hablaba del cucharón, ella dijo despreocupadamente “Aaaah, se lo acaban de llevar, mijo… Lo siento” Mi cara al momento de oír esas palabras debió haber sido merecedora al premio de lo patético, pues hasta Doña Almendra, que tanto me aborrece me estaba dando palmaditas de lástima.
Sin decir una sola palabra salí de la tienda, y me encaminé con tristeza a la casa de la familia que me hospedaba. Al llegar a la casa vi una ambulancia y una patrulla estacionadas frente a ella, no le di importancia, pero apenas entrando me soltaron una patada tan fuerte que pudo jurar que ya no tendré hijos, era la hija mayor de la señora de la casa, la cual entre sollozos me reclamaba por mi descuido, después de que se calmará le pedí que me explicará lo sucedido, me indicó que echara un vistazo a la cocina, y cuál fue mi sorpresa al toparme con todo el lugar chamuscado y a un doctor tratando de reanimar a la señora de la casa, que ya hacía en el piso con lo que al parecer eran quemaduras de gravedad. Tirado en un rincón de la cocina vi algo que no podía creer, se trataba del mismo cucharón que Doña Almendra lucía en su aparador hace algunas horas, dejando de lado la terrible situación de la señora de la casa, tomé el bello cucharón y salí a preguntarle a la hija mayor sobre él, me explicó que la señora de la casa había ido temprano a la tienda de Doña Almendra y comprado el cucharón para servir el pozole que yo estaba preparando, pero que al llegar a casa no estaba prendida la llama, sino solamente estaba abierta la llave, cosa de la que la señora de la casa no se percató, y por desgracia, con la cocina cerrada, la señora de la casa prendió la estufa, lo cual resultó su perdición. Tras mil disculpas fui vetado de la casa, lo bueno de todo esto es que la hija mayor me regaló el cucharón, me mentó la madre, pero me regaló el cucharón. Ahora voy de regreso a casa por unos días en lo que consigo una nueva donde hospedarme, mamá se va a poner muy contenta al ver el cucharón.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Adiós


La habitación es pequeña en demasía, pero con una altura inmensa, vigas viejas en el techo, con una puerta de pseudomadera partida a la mitad, por lo cual es fácil mirar adentro sin necesidad de abrir, ninguna ventana. El cuarto, paredes blancas y obscurecidas en algunas partes por el moho. En el piso ya hacen regados varios discos de acetato y basura irrelevante, como trozos de papel y envolturas de frituras, así como una mochila con los libros regados en varios puntos, y algunas cajas con zapatos, un tornamesas carcomido por el fuego, y un estéreo cuya pantalla tirita. Algunos posters de mujeres y músicos distribuidos de forma esquizofrénica en los muros y el techo. Una televisión en el piso, con la pantalla rota, parece reciente La cama es un trozo de madera enorme que a duras penas sostiene un putrefacto colchón. Justo junto al foco, que pende de un deprimente cable envuelto en su mayoría por cinta de aislar hay una soga de un grosor exagerado que se encuentra sujeta con bastante fuerza a una de las vigas, la cuerda tiene un nudo incompleto en el cual cabe a la perfección cualquier cabeza, unos centímetro debajo de la cuerda se halla una escalera mal colocada, sin seguros. Se le ve cruzar el umbral, camina lentamente hacia el pie da las escaleras, y temblando las sube una a una

La presente no tiene otra finalidad más que ofrecer una gran mentada de madre a la vida y a quien me provocó mentarle la madre a la misma, sí, hablo de ti Mauricio, inseparable compañero que estuvo jodiendo en las buenas, en las malas y en las peores. Al haber ingresado a la prepa yo no era más que un manojo de nervios que al mismo tiempo que eligió al azar el lugar donde habría de sentarse todo el semestre, también sin percatarse escogió su absurda e injusta perdición. Al principio todo estuvo bien, platicamos acerca de nuestras vidas, fui algo precipitado al contarte ese mismo día sobre la terrible forma en que llegué a la ciudad. Mi padre me abandonó en la casa de mi fea tía, prometió que viviríamos juntos de nuevo en unas cuantas semanas, pero después de tres años, ya no he sabido nada de él, desde entonces tengo que valerme por mi mismo. Te portaste amable y comprensivo, pero yo sin saber te di todas las armas necesarias para acabar con mi enclenque persona. Cada que yo decía algo para romper el hielo, aparecías tú y tus pedantes comentarios para degradarme, para hacerme ver como una rata pretenciosa. Como aquella vez en la que hablaba con Karen, la chica que me gustaba, y tú llegaste a nuestra charla para sólo comentar que mi padre me había dejado abandonado a media carretera, pero lo que no podré olvidar será la carcajada de ella, ya no podía quererla, ya no podía amarla, me fuiste convirtiendo todo en odio. Uno a uno mis allegados fueron desertando a la idea de estar a mi lado, les daba asco. Todos me repudiaban, y a ti te ovacionaban cada que emitías algún insulto humillante y pesado hacia mí. Ni fuera de clases me dejabas en paz, salíamos con amigos y los ponías a todos en mi contra, pues sabías que ya estando ellos acalorados por el alcohol te harían caso de todo, los enviabas a hacerme bromas pesadas, a bajarme los pantalones frente a quien estuviera hablando conmigo, a cargarme hasta el baño para encontrarme contigo y me metieras la cabeza al escusado, cantando cruelmente que soy un maricón sin vida. Y cuando mi enojo y ganas de matarte eran ya muy evidentes en mi semblante y forma de hablarte, tú te acercabas, compasivo, con esa mirada amistosa y manipuladora que seduce a cualquiera sin importar si es hombre o mujer, y recitabas tus horribles palabras que a continuación cito textualmente “Me alegra verte iracundo, mi estimado. Entre menos soportes lo que te hago, más te aproximas a tu suicidio, cosa que he fijado como mi meta este año” Hacías bromas sobre ello a todo momento, decías que era una de tus doce metas propuestas en fin de año, todos reían, yo siempre al borde de la locura, pero he de admitir que me era imposible dejar de estar a tu lado, yo no podía alejarme de tu figura, me daba presencia, me convertía en alguien, hasta aquel día en que todo se vino abajo, el día que derramaste la última gota de mi paciencia. Todo era como lo acostumbrado, estábamos en mi clase preferida, informática, te habías portado hasta eso, decente conmigo, pero yo no sabía lo que vendría. El profesor se acercó a revisar algunas cosas, y yo comencé a bromear con él, como siempre. De reojo pude ver como se dibujaba en ti una macabrísima sonrisa canalla, alzaste la voz tanto, que el resto de los imbéciles del grupo voltearon, y lanzaste tu terrible pregunta mientras me señalabas “Oiga profe ¿Sabe cuál es la diferencia entre Luis y una bolsa con mierda? ¡La bolsa! “las carcajadas no aguardaron a aparecer, su estruendo era tal que me vi sumergido en una humillación tan profunda que me llevo a los más recónditos rincones del inframundo, lugar donde planeé el punto final de mi vida. Por eso principalmente, eres tu quien tiene la culpa de mi suicidio, lo deseaste con tantas fuerzas que lo lograste, por eso te dedico mis últimos momentos, tu persistencia me provoca tal admiración que te escribo esto para que cual diploma lo cuelgues en tu pared, y lo repases noche a noche, para que por tu mente no dejen de pasar ni un minuto las siguientes palabras “Soy un hijo de puta”. Tú me has echado la soga al cuello.

lunes, 2 de agosto de 2010

Sólo confía.


Éste es tan sólo un día,
Que se ha salido de la manga de Dios,
Y éstas son sus nubes de penumbra y nostalgia.
Aquellas huellas son mías,
indelebles de la mente,
Pues aquí tengo un camino.
Aquellas pocas casas
Junto a ellas siempre caminaré.
Pero hay algo que sí está en mi poder,
Y es que al final de éste día
lo único que de él quede
seremos sólo tú y yo...
... sólo confía.

jueves, 24 de junio de 2010

Musicuack (Fabulílla)


Esta es la historia de Paticio, un pato joven, bien parecido, y con grandes aspiraciones musicales. Siempre ronda las orillas del lago con su guitarra al hombro, una de tres cuerdas que parecía haber sido masticada por una bestia hambrienta. Se le ve siempre acompañado de un gato viejo y negro, de encarnadas gafas obscuras y cola retorcida como si todo el tiempo se hallara perturbado, nadie sabía su nombre realmente, dudo que el mismo paticio lo supiera, pero todos en la cercanía lo llamaban Bass kitty, pues siempre llevaba un gran contrabajo consigo, que usaba con gusto para acompañar a paticio en sus melodías, también los acompañaban dos cuervos que se encargaban ambos de tocar el mismo acordeón, pues con semejante instrumento, les era imposible usar uno cada quien, y en las percusiones y sonidos estrafalarios estaba augusto, un cerdo que siempre andaba manchado de fango debajo de la cintura, decía que era su forma de adelantarse unos pasos a la evolución, pues el fango asemejaba un pantalón bastante ajustado.

Paticio siempre hablaba de sus aspiraciones con sus indiscutiblemente legítimos padres, una dulce garza morena y un pájaro carpintero con cara de muy, pero muy pocos amigos. Ellos no le tomaban mucho interés a los largos monólogos de Paticio, los tomaban como una broma, un triste delirio pasajero, su madre sólo decía al oído a su esposo que siempre parecía estar a punto de reventar de furia “ya se la pasará” o “es una etapa, ¿apoco de joven tu no querías picotear el tronco más ancho?” La propuesta de paticio era crear un nuevo e innovador concepto musical, al que él llamaba orgullosamente “musicuack” pero el asunto le importaba poco a sus padres, en especial a papá, que siempre que le oía practicar la guitarra, le decía con desprecio “Eres como el burro que tocó la flauta” La ignorancia y egolatría de paticio hacia aquella frase era tal que se la tomaba como un bello cumplido, y de ahí le surgió un gran cuestionamiento ¿Quién era aquel burro? ¿De verdad es tan bueno como yo musicalmente? Paticio creyó que aquellas palabras de su padre eran una clave al exito, así que se encaminó con sus compinches a buscar al tan mentado burro, dejando sólo una nota a sus padres, la cual decía “gracias papá”. Recorrieron por varios pantanos, bosques, ciudades y demás, pero nadie había visto alguna vez un animal de aquellos tocando una flauta. Se toparon con mapaches saxofonistas, elefantes trompetistas, y un sinfín de animales con notable conocimiento musical, pero nunca ni un solo burro capáz de tocar una flauta, ni ningún otro instrumento, pues bien era sabido que los burros se dedicaban a cargar cosas y a lamentarse de su existencia. Rendidos, y con el ánimo por lo suelos, decidieron reposar cerca de la puerta del último bar que les quedaba por revisar, los cuervos estaban bastante agotados de cargar el acordeón, el gato parecía ya un esquizofrénico, la cola se le movía como antena, el cerdo no paraba de ocultarse tras lo que fuera, pues el fango desaparecía más día con día, y paticio no decía ni una sola palabra. Pero de pronto adentro del bar se escuchó un sublime sonido, notas hermosas provenientes de una hermosa flauta, corrieron a ver de quien se trataba, y ahí estaba sobre el escenario, un viejo burro, que tocaba habilidosamente el instrumento, todos los animales estaban fascinados y llenos de paz, pues habían encontrado a su flautista, mismo que los llevaría al éxito, al finalizar el show paticio y compañía se acercaron de inmediato al burro, y le imploraron los acompañara, pero cual fue su decepción al escuchar del burro tan atroz confesión, “Es puro playback hijos” lanzándoles así un casette que contenía todas las melodías que acababan de escuchar. El burro se retiró hasta desaparecer entre la espesura del humo de su cigarro en la obscuridad.

sábado, 29 de mayo de 2010

Ahora creo, ahora siento.


Y resulté no ser gato,
y resulté sí tener piel,
ahora creo saber que visto,
que ya no me soy infiel.

Y resulté ser roedor tramposo;
una rata nada más,
yo vagando por la cloaca
del drenaje sin verdad

A mi me encantas tubería,
por tus calles yo cruzar,
No me importa el mal olor
pues yo se que no es real

A mi me excitas agonía,
al palpar tu humanidad
y esta noche todavía,
nos vamos a revolcar

Y resultó no ser nato
el talento de la felicidad,
y resultó no ser muy grato
escribirte con sinceridad.

viernes, 14 de mayo de 2010

Vaya noche.


Vaya noche, otra vez yo despertando al momento de impactar desde las alturas contra el suelo de concreto. Es siempre lo mismo, cada noche me hago tan ligero que la brisa más mínima me eleva hasta alturas inimaginables del cielo, después de ello me mantengo flotando y admirando tan bello paisaje, pero dicho goce es de corta duración, pues de un momento a otro las nubes se hacen a un lado para permitirme visualizar un grupo de niños jugando. Yo, lleno de euforia hago un esfuerzo por aterrizar en donde ellos y hacerles saber que quiero formar parte de su ritual de diversión. Ellos me repiten al unísono algo que no entiendo, pero por su expresión parece una acusación seria. De pronto, uno de ellos me empuja y caigo a un abismo que apenas hace unos momentos no estaba a mis espaldas, la caída es larga y silenciosa, me da tiempo para percatarme que es un sueño, el mismo sueño de siempre, pero no el suficiente para tratar de caer en una posición más cómoda, siempre caigo de cabeza.

Es tarde y tengo varias cosas que hacer el día de hoy, me es difícil salir de mi habitación, puesto que mi madre cerró la puerta, por más veces que le repito que no la cierre, ella no hace caso, no entiende el odio que yo les tengo, el proceso para abrirlas le resta valiosos segundos a mi existencia, y yo no me puedo dar el lujo de perder siquiera uno solo, en fin, con gritarle y decirle que abra la puerta es suficiente, no más tiempo perdido. Ahora me dispongo a desayunar y arreglarme con serena velocidad. Un beso a mi madre, un ademán rudo para despedirme de mi padre, y salgo disparado a las calles.

Ya se me hace tarde y tengo que llegar a pie a mi trabajo, en el edificio más alto de la ciudad. No me quejo de mi trabajo, pero debo decir que he perdido el entusiasmo por estár en él. Ya nada me llena realmente, pero puedo contarles que hay alguno que otro factor que me mantiene dentro de aquel edificio sin caer en la locura, en realidad no sé que pueda ser, pero me mantiene cuerdo, que es lo que importa.

Después de un trayecto tedioso, me encuentro apenas puntual dentro de mi oficina, me siento bastante acalorado, el lugar es sumamente pequeño, no tengo ni siquiera una engrapadora para hacerme el ridículo y jugar a que le disparo al jefe, no puedo creer que ya me haya aburrido con apenas 15 minutos en la oficina, soy un desastre, pero igual voy a tomarme una siesta, así el tiempo correrá a grata velocidad. ¡Mi cabeza fabrica un sueño espantoso!... Miento, realidad es el mismo de siempre, yo cayendo y…bueno, ya saben, pero hubo una pequeña variación, al momento de caer al vacío, se escuchaba algo, como ladridos de perro. Al despertar el propietario de ese ruido era mi jefe, que entre insultos y saliva suya en mi cara, logré entenderle que era un holgazán apestoso y que debería tomar medidas conmigo.

No pasó mucho tiempo para que dejara de gritar, y como un perfecto bipolar se pusiera a bromear y a darme fuertes palmadas en el hombro, al poco rato, después de su balbuceo, me pidió que le acompañara a la terraza para hablar un asunto bastante delicado, como el empleado sumiso que debo de ser, acepté. Llevábamos nuestras tazas con café al elevador, me fue difícil disimular mi miedo a las puertas corredizas de esa maquina, pero lo logré de cualquier forma.
Ya en la terraza sigo al jefe hasta el borde del edificio, donde se encontraban también sus hijos y una cara femenina que me resultaba bastante familiar, era su esposa, que me miraba con una preocupación inefable. Apenas me acercaba para saludarles el jefe me lanzo su café en los ojos dejándome sin el sentido de la vista y un dolor horrible por las quemaduras, me tomó de la cintura, me dio unas bofetadas, y luego me lanzó al vacío mientras sus hijos me escupían un montón de porquería soez, mientras caía, esperaba que se tratase de una versión cruel de aquel bobo sueño recurrente.