miércoles, 13 de octubre de 2010

Adiós


La habitación es pequeña en demasía, pero con una altura inmensa, vigas viejas en el techo, con una puerta de pseudomadera partida a la mitad, por lo cual es fácil mirar adentro sin necesidad de abrir, ninguna ventana. El cuarto, paredes blancas y obscurecidas en algunas partes por el moho. En el piso ya hacen regados varios discos de acetato y basura irrelevante, como trozos de papel y envolturas de frituras, así como una mochila con los libros regados en varios puntos, y algunas cajas con zapatos, un tornamesas carcomido por el fuego, y un estéreo cuya pantalla tirita. Algunos posters de mujeres y músicos distribuidos de forma esquizofrénica en los muros y el techo. Una televisión en el piso, con la pantalla rota, parece reciente La cama es un trozo de madera enorme que a duras penas sostiene un putrefacto colchón. Justo junto al foco, que pende de un deprimente cable envuelto en su mayoría por cinta de aislar hay una soga de un grosor exagerado que se encuentra sujeta con bastante fuerza a una de las vigas, la cuerda tiene un nudo incompleto en el cual cabe a la perfección cualquier cabeza, unos centímetro debajo de la cuerda se halla una escalera mal colocada, sin seguros. Se le ve cruzar el umbral, camina lentamente hacia el pie da las escaleras, y temblando las sube una a una

La presente no tiene otra finalidad más que ofrecer una gran mentada de madre a la vida y a quien me provocó mentarle la madre a la misma, sí, hablo de ti Mauricio, inseparable compañero que estuvo jodiendo en las buenas, en las malas y en las peores. Al haber ingresado a la prepa yo no era más que un manojo de nervios que al mismo tiempo que eligió al azar el lugar donde habría de sentarse todo el semestre, también sin percatarse escogió su absurda e injusta perdición. Al principio todo estuvo bien, platicamos acerca de nuestras vidas, fui algo precipitado al contarte ese mismo día sobre la terrible forma en que llegué a la ciudad. Mi padre me abandonó en la casa de mi fea tía, prometió que viviríamos juntos de nuevo en unas cuantas semanas, pero después de tres años, ya no he sabido nada de él, desde entonces tengo que valerme por mi mismo. Te portaste amable y comprensivo, pero yo sin saber te di todas las armas necesarias para acabar con mi enclenque persona. Cada que yo decía algo para romper el hielo, aparecías tú y tus pedantes comentarios para degradarme, para hacerme ver como una rata pretenciosa. Como aquella vez en la que hablaba con Karen, la chica que me gustaba, y tú llegaste a nuestra charla para sólo comentar que mi padre me había dejado abandonado a media carretera, pero lo que no podré olvidar será la carcajada de ella, ya no podía quererla, ya no podía amarla, me fuiste convirtiendo todo en odio. Uno a uno mis allegados fueron desertando a la idea de estar a mi lado, les daba asco. Todos me repudiaban, y a ti te ovacionaban cada que emitías algún insulto humillante y pesado hacia mí. Ni fuera de clases me dejabas en paz, salíamos con amigos y los ponías a todos en mi contra, pues sabías que ya estando ellos acalorados por el alcohol te harían caso de todo, los enviabas a hacerme bromas pesadas, a bajarme los pantalones frente a quien estuviera hablando conmigo, a cargarme hasta el baño para encontrarme contigo y me metieras la cabeza al escusado, cantando cruelmente que soy un maricón sin vida. Y cuando mi enojo y ganas de matarte eran ya muy evidentes en mi semblante y forma de hablarte, tú te acercabas, compasivo, con esa mirada amistosa y manipuladora que seduce a cualquiera sin importar si es hombre o mujer, y recitabas tus horribles palabras que a continuación cito textualmente “Me alegra verte iracundo, mi estimado. Entre menos soportes lo que te hago, más te aproximas a tu suicidio, cosa que he fijado como mi meta este año” Hacías bromas sobre ello a todo momento, decías que era una de tus doce metas propuestas en fin de año, todos reían, yo siempre al borde de la locura, pero he de admitir que me era imposible dejar de estar a tu lado, yo no podía alejarme de tu figura, me daba presencia, me convertía en alguien, hasta aquel día en que todo se vino abajo, el día que derramaste la última gota de mi paciencia. Todo era como lo acostumbrado, estábamos en mi clase preferida, informática, te habías portado hasta eso, decente conmigo, pero yo no sabía lo que vendría. El profesor se acercó a revisar algunas cosas, y yo comencé a bromear con él, como siempre. De reojo pude ver como se dibujaba en ti una macabrísima sonrisa canalla, alzaste la voz tanto, que el resto de los imbéciles del grupo voltearon, y lanzaste tu terrible pregunta mientras me señalabas “Oiga profe ¿Sabe cuál es la diferencia entre Luis y una bolsa con mierda? ¡La bolsa! “las carcajadas no aguardaron a aparecer, su estruendo era tal que me vi sumergido en una humillación tan profunda que me llevo a los más recónditos rincones del inframundo, lugar donde planeé el punto final de mi vida. Por eso principalmente, eres tu quien tiene la culpa de mi suicidio, lo deseaste con tantas fuerzas que lo lograste, por eso te dedico mis últimos momentos, tu persistencia me provoca tal admiración que te escribo esto para que cual diploma lo cuelgues en tu pared, y lo repases noche a noche, para que por tu mente no dejen de pasar ni un minuto las siguientes palabras “Soy un hijo de puta”. Tú me has echado la soga al cuello.