miércoles, 23 de noviembre de 2011


El otro día vi a un tipo que se tropezó en la banqueta, casi en frente de mi casa, él hizo un contacto mínimo conmigo, apenas un roce. Sin embargo el individuo me pidió disculpas, no pude evitar reír como estúpido (Claro, me reí después de que él pasó). Hoy me tropecé y me alcancé a agarrar con un poste, una señora me vio y se detuvo. Casi nos tocamos, pero no hubo roce alguno; la señora me preguntó si me encontraba bien. Yo me disculpaba, le dije que todo estaba bien, sentía que en ella recaía cierta culpa de lo que me había sucedido. Le dije con los ojos rojos y chillones que todo estaba bien, incluso hice una broma acerca de cómo me sostuve con el poste... ¿La hice?

Yerba mate, ¿Quién gusta?

Hay una pústula en la carretera. La gente del gobierno ha querido retirarla, puesto que ha habido uno que otro volcón gracias a la peculiar protuberancia que yace en medio del camino. El gobierno no puede quitar la pústula, la pústula viene del rincón más recóndito de la tierra... ¿Rincón?, he querido decir que viene del CENTRO mismo de la tierra. Cuando la tierra tiene ganas de exprimirse a sí misma, genera protuberancias que salen en sitios aleatorios de la superficie. Hay un zumbido que produce una luz que instalé sobre mi cama. Me está volviendo loco. Es una luz fría, es como de laboratorio.
Quiero decir que las paredes también guardan animales dentro, ha habido casos de animales (Más específicamente, reptiles) que yacen atrapados en piedras, viven ahí o más bien permanecen en "Animación suspendida". Sea cual sea su origen, sin duda tienen que ver con el grano que le salió al pavimento. ¡Retírelo señor gobernador!

Habiendo tantas bolsas de basura en la calle no fui capaz de patear ninguna. Hubiera querido quemar alguno de esos botes de basura grises que colocan en los postes y que durante el atardecer generan una sombra que más bien parecen un par de testículos y un miembro erecto. He visto muchos botes de aquellos derretirse, soy un tipo como cualquiera, en demasía común. Mi visión acerca de la sombra del poste de luz y los botes de basura no es más que la de cualquier hombre. Si fuera un pensador nato, un experto en el análisis de las situaciones, yo sería capaz de vislumbrar en la sombra de aquél poste algo más, algo menos fálico. Quizás vería en aquella sombra a un padre tomando de la mano a su hijo, quizás vería a un par de luchadores de la AAA. Si fuera un poquito menos simple podría persuadir a otros de la belleza que desprende la sombra del poste y los dos botes... Pero no, no veo más allá. Ahí no hay más que un albur, un juego de sombras.

El viaje a casa es más largo, más largo y menos bello. Hay una mujer en el autobús, sólo una y está tirada, buscando algo que perdió bajo su asiento. Es la hora de bajar, no es el lugar donde está casa, pero necesito caminar. Yo hablaba de las calles y se su repentina y desoladora belleza de noche. Hablé de las sórdidas casas que desde afuera parecieran armatostes lamentablemente averiados, como lavadoras sin uso alguno, lavadoras de personas con lavadoras de ropa adentro. Casas de muñecas feas que poco tienen que ver con las muñecas, muñecas feas sin contexto. ¡Ay de mí que miraba todo con el engañoso lente de la belleza exacerbada! “A veces me siento en demasía enamorado de las calles” decía yo con el tono de un triste vagabundo que escribe poemas y los vende en la plaza pública los fines de semana. Las calles desiertas de noche, bañadas en ese amarillento fulgor que desprenden las bombillas del alumbrado nocturno; las calles en demasía seductoras, que en demasía me embriagaban con su magia desoladora, las calles que ya no me importan. Miro las bolsas de basura y quisiera tomar una para tragarme todo el contenido. No veo realidad más auténtica que los desechos, aquello que tiramos y hacemos de cuenta que nunca existió, esas cosas que transformamos de su sublime envoltorio al deplorable despojo inservible que más tarde hemos de tirar al bote de basura, el cual se encuentra descaradamente envuelto con una bolsa, y la bolsa al ser llenada se cierra, se cierra para envolver los sublimes envoltorios que ahora son sublimes despojos. Y esos sublimes despojos terminan en la serranía a las afueras de la ciudad, en algún punto en el que se arrojan y se olvidan. Bajo el mismo contexto estoy yo, pero no estoy solo, ahí abajo, arrojados y olvidados conmigo están todos. Todos somos despojados y arrojados siempre. Lo único que nos diferencia de los desechos que yacen en el basurero municipal es que somos reciclables. Por eso la idea del reciclaje nos es tan simpática, tan aceptable, tan reciclable. Ciertas compañías de teatro, grupos musicales y demás entidades tienen su público reciclable. Y sobreviven a partir de él. La idea del reciclaje no es un bonito gesto de amabilidad con el medio ambiente. Es la idea perpetua y necia de los seres humanos de que todo lo que fue usado y exprimido hasta el cansancio puede ser utilizado una y mil veces más. Y si de tanto que le fue exprimido en sus “buenos tiempos” ya no puede usarse para lo mismo ¡Qué más da! Puede usarse para mil cosas más que no están implícitas en su origen. Siempre queremos violar aquel designio casi divino que tenemos todos, siempre queremos usarnos una y otra vez para funciones que nadie nos dio, somos las bestias más necias de la humanidad. Los recicladores. Los recicladores de carne.

Menos mal que ya llegué a casa. Soy una muñeca sin contexto.

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