Me
gustaría iniciar con un cuestionamiento que pudiera parecer por
demás inocente, pero al cual sugiero se preste atención, ¿Es
necesario ser productivo a toda hora?, la respuesta puede sufrir de
ciertas variantes dependiendo del interlocutor y su temple. Es
entonces cuando uno puede dar cuenta de la cantidad de respuestas
forzadas que puede encontrarse, es decir, muchos individuos basarán
su respuesta en una argamasa de sentires generalizados y generados a
partir de las políticas de producción de nuestro tiempo, no por
nada el dichoso “Time is money” resulta tan agridulce a la par
que se pronuncia. Ahora bien, aunque no todos los individuos están
de acuerdo con estas posturas, mismas que exigen una producción
desmedida que alimenta intereses ajenos a los propios, hay quienes
las defienden férreamente, a tal grado de terminar demeritando
virtudes humanas que nada tienen que ver ni hacer con los aires de
crecimiento monstruosos que pretende la nueva era., tales como el
ocio, ¿Qué si el ocio es una virtud? He aquí otro cuestionamiento
que pudiera parecer estar empapado de inocencia. Mi respuesta seria
un contundente “¡Por supuesto que los es!” y en definitiva y
personalmente defendería al ocio por encima de la prisa o de la
mentada “necesidad”, antes consideraría necesario alimentar el
espíritu y qué mejor manera de hacerlo que a través de actividades
o no-actividades ociosas para el re-descubrimiento de la aptitudes
propias. A veces nos desempeñamos de manera magistral en el trabajo,
pero muchas veces este trabajo no es algo en lo que realmente
quisiéramos invertir nuestros días, muchas otras veces dichas
empresas laborales dejan apenas un poco de tiempo para el descanso y
apenas nada para el ocio, por lo cual muchos quedan encerrados en un
circulo vicioso que acaba por consumirles el espíritu.
Si miramos a nuestro al rededor nos encontraremos con un mundo absurdo, que muy difícilmente podría sorprendernos, si caminamos por los pasillos del centro de la ciudad encontraremos tiendas de recuerdos y establecimientos de comida, todo muy colorido, pero si nos aproximamos a estos establecimientos encontraremos un montón de muestras de cosas maravillosas que el hombre ha hecho a raíz de su propio ocio y contemplación, desde las comidas más exóticas hasta esos simpáticos alebrijes que contonean sus cabezas de un lado a otro. Es más. Basta con mirar los establecimientos, observarlos por fuera y por dentro, ¿No es un edificio cuyo plano es único en su tipo una muestra virtuosa del ocio? Seguro que lo es, todo cuanto nos rodea y al miso tiempo nos sorprende tan poco alguna vez fue objeto de la fascinación e algunos individuos, todos ellos, con el tiempo suficiente y la calma necesaria para idear e innovar, sin seguir procesos de producción acelerada o forzada. Es así pues, que el ocio puede presentarse a sí mismo como madre de la creatividad, madre vapuleada y mal encarada hoy en día, pues sus vástagos ahora se revelan contra ella y le acusan de evitar que algunos seres humanos no sean tan productivos como ahora está establecido. Es el ocio una herramienta infalible para la creatividad, si no necesaria.
Si miramos a nuestro al rededor nos encontraremos con un mundo absurdo, que muy difícilmente podría sorprendernos, si caminamos por los pasillos del centro de la ciudad encontraremos tiendas de recuerdos y establecimientos de comida, todo muy colorido, pero si nos aproximamos a estos establecimientos encontraremos un montón de muestras de cosas maravillosas que el hombre ha hecho a raíz de su propio ocio y contemplación, desde las comidas más exóticas hasta esos simpáticos alebrijes que contonean sus cabezas de un lado a otro. Es más. Basta con mirar los establecimientos, observarlos por fuera y por dentro, ¿No es un edificio cuyo plano es único en su tipo una muestra virtuosa del ocio? Seguro que lo es, todo cuanto nos rodea y al miso tiempo nos sorprende tan poco alguna vez fue objeto de la fascinación e algunos individuos, todos ellos, con el tiempo suficiente y la calma necesaria para idear e innovar, sin seguir procesos de producción acelerada o forzada. Es así pues, que el ocio puede presentarse a sí mismo como madre de la creatividad, madre vapuleada y mal encarada hoy en día, pues sus vástagos ahora se revelan contra ella y le acusan de evitar que algunos seres humanos no sean tan productivos como ahora está establecido. Es el ocio una herramienta infalible para la creatividad, si no necesaria.
Fue el fantástico Rabelais quien reveló la manera en que escribió
las fantásticas aventuras de los escatológicos, pero gentiles
gigantes Gargantúa y Pantagruel, él mismo menciona al inicio que su
libro fue escrito durante sus rtos más ociosos, es decir, mientras
comía, descansaba o bebía. Asimismo advierte que por esto mismo su
libro no h de ser tomado realmente de forma seria, pero muy a su
estilo termina contradiciéndose, puesto que advierte que muy en el
fondo de los chascarrillos sucios que en su narración se hallan, hay
un significado y una crítica que ameritan ser escuchados. Es por eso
que el ocio no ha de tomarse a la ligera, y quienes lo hacen de tal
modo es porque, además de haber mermado su capacidad de asombro,
también han sucumbido ante las normas de un sistema que no entiende
de individualidades y espíritu creativo, si o mas bien de una
terrible usura disfrazada de progreso.. El progreso ha sido el
estandarte, pero no todo está perdido y es que para la creatividad
total y honesta no se requiere más que la libertad del pensamiento y
librares, aunque sea por un momento, del lujo cotidiano, que cada vez
nos fuerza más a vivir en la inmediatez. Por eso hemos de atesorar
los momentos más ociosos, pues pueden resultar los de mayor
producción, aunque dicha producción no sea afín a lo establecido,
es producción a fin de cuentas, y de las ideas tan disparatadas y
sucias pude surgir algo tan brillante como el oro. Algo que nos haga
cambiar. Es necesario pues elogiar al ocio, darle su justo valor y su
mérito como posible fundador de todo lo que conocemos en nuestro
mundo civilizado. La hoja en blanco, el lienzo virgen o la placa
liza, de metal son cómplices perfectos del sagrado ocio.; vamos,
inclusive el papel higiénico puede gozar de este privilegio, ¿Quién
no se ha sumido en profundas contemplaciones al momento de hacer sus
necesidades? La larga contemplación de un muro o una techo puede
resultar en una explosión imaginara, puesto que la pareidolia hace
de las suyas, invitamos a nuestro cerebro a dar formas familiares a
figuras amorfas. Podemos volver al campo de lo culinario y observar
cantidades de platillos que nos harán preguntarnos de qué manera se
le ocurrió tal cosa a sea quien sea que haya ideado dicho plato. Es
el ocio, un ocio bien enfocado, bien amaestrado, que se mantiene
lejos del vicio para una producción limpia, honesta y que aveces
coquetea con el mismo en busca de inspiración.
Elogiemos
pues, al sagrado ocio, madre ilegitima de muchos de los placeres,
beneficios y objetos que nos atañen a diario, detengamos un poco el
ritmo y observemos., nunca dejemos de hacerlo, pues nunca se puede
saber en qué momento de ocio surja algo que nos deslumbre a todos.
La pregunta inicial del texto puede quedar al aire o no, puede ser
respondida por todos, aunque me gusta pensar que la respuesta reside
ahí mismo; el ocio es productividad, el ocio es virtud que pocos
practican de forma magistral y de la cual pocos aprovechan su dulce
usufructo. Seamos ociosos, pues y olvidemos aquello que estorba. Todo
lo que merme nuestra creatividad y libertad de pensamiento es
enemigo, el ocio no lo es.
*Escrito sobre una cama, en calzones, fumando un porro... ¡Al carajo!
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